lunes, 12 de julio de 2010

Manifiesto por las cinco últimas víctimas de una patera



¡Qué pena! ¡Qué dolor! De nuevo se repite la historia. En esta ocasión han muerto cinco personas, entre ellas dos bebés, al volcar la patera en la que intentaban, junto a otros 37 inmigrantes, llegar al lugar donde hacer realidad su sueño de vivir una vida mejor. Una vez más, el mar que tendría que ser de unión y de vida, se convierte en un mar de muerte. Qué pena que la vida o la muerte de las personas dependa de un sistema injusto de control de la inmigración.

¡Qué injusticia! Dicen que estos días todos los ojos están vueltos para África, a los estadios de fútbol donde se juega el mundial. Pero no parece que haya una sola mirada para la población africana, a la que seguimos negando el futuro con unas reglas de comercio injusto, con la explotación y robo de sus recursos para las empresas que se ocupan de nuestras supuestas necesidades, y que luego cotizan en nuestras bolsas y manejan nuestra economía.

¡Qué rabia! Es incomprensible que en un mundo con recursos suficientes para alimentar a toda la población, haya gente –sobre todo del sur, aunque también del norte- que se muera de hambre. Que en un mundo globalizado por el que el capital circula sin ningún tipo de problema ni control, las personas no lo puedan hacer de la misma manera. Que nuestra forma de organización política y social permita que el trabajo, que es un derecho y una fuente de vida y de realización personal, no se pueda repartir con equidad, de forma que esté disponible para todo el mundo.

¡Qué cambio! ¡Qué revolución! si tomáramos en consideración a la persona antes que al mercado y a la economía. Si cada uno de nosotros nos planteáramos que es posible y urgente construir otro mundo. Si de verdad fuéramos ciudadanos activos que exigiéramos a nuestros gobernantes unas políticas más justas. Si reclamáramos los mismos derechos para todas las personas, sin distinción de raza, ni de sexo, ni de nada.

¡Qué compromiso! ¡Qué responsabilidad! si asumiéramos que también depende de cada uno de nosotros la posibilidad de evitar tanta pena, tanto dolor, tanta injusticia, tanta rabia. Si pensáramos que ese cambio y esa revolución posibles sólo pueden conseguirse a partir de nuestras acciones y de nuestra solidaridad cotidiana. Si nuestros actos no fueran aislados y se unieran en un quehacer común.

Es por todo ello que nos reunimos hoy aquí, como refrendo de nuestra responsabilidad y de nuestro compromiso en la tarea de evitar dentro de nuestras posibilidades todo lo negativo arriba mencionado: pena, dolor, injusticia, rabia; y con el deseo de construir con vuestra colaboración un mundo más equitativo en el que quepamos todos con los mismos derechos.


MOTRIL ACOGE , 12 de julio de 2010

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